El verdadero costo de tu ropa
Las tiendas siempre necesitan estar llenas de nuevos diseños y la industria hace TODO para cumplir con los plazos de entrega.
El edificio empezó a mostrar grietas, pero había que continuar respondiendo a los requerimientos de la industria. Podría estar haciendo referencia al colapso del edificio Rana Plaza en Bangladesh, ocurrido en 2013; pero me refiero al sistema de la moda. Un sistema desgastado por su parafernalia de cinco desfiles anuales y el acelerado ritual de presentar colecciones cada temporada.
En Bangladesh el sueldo mínimo de un trabajador textil es de 30 dólares mensuales. El 71% son mujeres, muchas de ellas son menores de edad, y trabajan los 7 días de la semana, 18 horas diarias. La industria textil de Bangladesh, valorada en 28.000 millones de dólares, supone el 80% de las exportaciones del país asiático. Es el segundo mayor exportador de ropa del mundo. En sus más de 4.000 fábricas trabajan alrededor de cuatro millones de personas. El derrumbe obligó a las fábricas locales, a las autoridades del país y a las marcas occidentales a mejorar las condiciones de trabajo y las instalaciones.
¿Qué hicieron? crearon dos iniciativas empresariales: Accord y Alliance para que inspeccionen las fábricas. En más de 2.000 se realizaron reparaciones mínimas como por ejemplo, apertura de salidas de emergencia, mejoras en los mecanismos contra incendios y arreglos en los sistemas eléctricos. El salario mínimo también se modificó, pasó de USD30 a USD50 mensuales (¿no será mucho?). Las cosas cambiaron (algo), pero la gente vive con miedo.
A esta altura todos coincidimos en que no se puede explotar a las mujeres de un país para empoderar a las de otro. Como consumidores no podes ignorar que el precio que no pagamos por una determinada prenda, alguien más lo paga: con su trabajo, con su descanso o con su vida.
Este es el verdadero costo de tu ropa y la gente que hace nuestra ropa todavía no trabaja segura.
Los incendios y colapsos continuaron. Sin ir demasiado atrás en el tiempo, en marzo de este año, en las afueras de El Cairo (Egipto) 20 personas murieron y otras 24 resultaron heridas después de que ardiera una fábrica de ropa.
El 27 de Abril de 2015 en un taller clandestino de Flores, Rodrigo de 10 y Rolando de 6 fueron encontrados abrazados y sin vida por los bomberos. Las llamas no los alcanzaron, pero el humo negro les robó todo. Murieron junto a Pipa, la perra de ambos. Los chicos vivían en el mismo lugar donde sus padres trabajaban unas 14 horas diarias, indocumentados y por dos mangos, cosiendo ropa.
El 78% de las prendas que se producen en Argentina provienen de talleres clandestinos. 16 de cada 20 prendas que compramos por año se hicieron en esos talleres.
Sin comida ni descanso; trabajando encerrados y por $300.- (pesos argentinos) fue lo que trascendió en Enero de este año cuando el Estado desmanteló un taller clandestino del Bajo Flores. Allí trabajaban más de 30 personas en condiciones de hacinamiento.
Los casos siguen.
Sweatshop es el término que designa a los talleres instalados en países del Tercer Mundo, generalmente dedicados a la confección de prendas y calzados, en condiciones laborales lamentables, con salarios mínimos (menores al mínimo) y jornadas eternas.
Los Millennials, jóvenes curiosos y exigentes, dieron el primer paso. A partir de necesidades reales y a consciencia, abrieron el diálogo con las marcas y las enfrentaron: #QuienHizoMiRopa #WhoMadeMyClothes fueron los hashtag que dispararon la compra inteligente y coherente, especialmente visibles durante la semana del Fashion Revolution: del 19 al 25 de Abril 2021. Porque se sabe que los desórdenes y alteraciones promueven los cambios, la campana de alerta sonó y todos comenzamos a sentir la necesidad de saber quién hizo nuestra ropa.
Mi camisa blanca fue diseñada por Natacha Morales, en su atelier ubicado en Bolívar 851, San Telmo
Según Fletcher (2008), la moda es importante para nuestras relaciones interpersonales, para descubrir y encontrar deseos de estética y también para identificarnos. La industria de la moda rápida logró que, al buscar un crecimiento lineal del capital económico, se llegue a un extremo de velocidad, tanto en la producción como en el consumo, muy difícil de sostener en forma sana. Con tendencias cada vez más efímeras, generan en cada individuo cierta presión, para reformular la propia identidad, provocando en los individuos una inseguridad e insatisfacción interna, cada vez mayor. En cuanto al impacto exterior, el uso y descarte acelerado de recursos genera que, no solo los seres humanos, sino también el resto de los seres vivos, no logremos adaptarnos a este nivel de funcionamiento insaciable.
Los pilares de la nueva forma de vestir comenzaron a responder a criterios funcionales, cómodos y atemporales; a vestir el cuerpo (tenga la forma que tenga), a vestir sin género, con materiales innovadores, sustentables y procesos productivos amigables con el medio ambiente. La reutilización de nuestras prendas, el gesto de salir de shopping por nuestro placard (con o sin pandemia), mirar con cariño a las boutiques vintage y de segunda mano y hacer nuestra propia ropa nos ayudan a definir mejor nuestra personalidad y sin duda nuestro estilo.
“Sólo un cambio de actitud personal realmente comprometido de la mayoría de nosotros puede forzar un modelo de desarrollo que sea más sostenible y, por lo tanto, compatible con el medio ambiente, de modo que no se comprometa nuestra calidad de vida, ni la de generaciones venideras” Bordehore, 2001 (Fragmento del libro Vestir un mundo sostenible. Miguel Ángel Gardetti y María Lourdes Delgado Luque)
Deja un comentario