Grammys 2023: ¿el lujo es vulgaridad?
Por Margarita Segundo @margaritavelvet
Hay una escena de la película Django (Dir. Quentin Tarantino, 2012) que uso de referencia para explicar cierto fenómeno de la moda: la construcción del gusto personal. En la misma, el personaje de Christoph Waltz lleva a Django (un esclavo interpretado por Jamie Foxx) a comprarse ropa luego de liberarlo de sus amos. Por primera vez, puede elegir lo que quiere ponerse y toma un traje de terciopelo azul con puntillas en las mangas y el cuello.
La elección es interesante primero porque el traje no es el ideal para una aventura en el desierto. Por otro lado, es muy significativo que el primer deseo del esclavo sea parecerse a quien lo somete: el hombre blanco. Quiere ser refinado, seductor, elegante... rico.
Al mismo tiempo el personaje está probando. A lo largo de la película su look cambia y es eso lo importante: rompe con la idea del "estilo" como algo natural para mostrar la construcción y el artificio. Cómo creamos nuestra imagen a base de pruebas, sumando nuestros gustos y agregando una GRAN dosis de mandato social.
Los Grammys siempre fueron un arenero gigante donde se ponen en juego fantasías, dinero y definiciones de éxito. Es para la moda el lugar donde los músicos prueban su extravagancia y llevan sus looks a volumen 11. Y en esta edición, como nunca antes, quedó en evidencia como las mujeres afrodescendientes llevan la delantera en esta competencia.
Sus cuerpos deseantes y deseados, son lucidos con absoluta libertad. Se apropian del discurso glamoroso de la industria, expresan disidencias y como diría el viral: ¡facturan! En cualquier otro contexto, serían señaladas como de poco elegantes, chic o finas. Pero poco les importa a ellas que, con una seguridad feroz se apropian del escenario, cantan, bailan, disfrutan y alientan a las mujeres a ser fiel a sí mismas.
El uso de los colores llamativos, la morfología de las prendas y la construcción identitaria del pelo están en la base cultural africana. Estas mujeres toman toda esa tradición y le dan una nueva vuelta de tuerca: suman brillo, volumen, maquillaje y accesorios “over the top” creando looks ostentosos, pero sin culpa. Toda la sobriedad de la elegancia, la austeridad de lo cool y el minimalismo de las capitales de la moda las tiene sin cuidado. Quieren mostrar lo que ganan, lucir el exceso, sentirse divas sin dar explicaciones.
Si lo trasladamos a Argentina, la mejor manera de entenderlo es ver la cuenta KeToda: mujeres que corren en el fino borde de el glamour y lo trash, taco aguja para ir al chino, pop con amigas y coreos adolescentes hasta las 3am. Todo lo que una chica quiere y las celebrities tienen.
Mencionar los looks de Beyonce en la noche de los Grammys es el lugar más común de todos. Ya en el 2014 la periodista Vanesa Friedman advertía que Beyonce era una estrella de rock, pero no un Fashion Icon: destacaba que su impacto cultural no se correspondía con las ventas. Todos la aman, pero son pocos los que copian su estilismo. El consumo irónico de su figura está a la orden del día, especialmente cuando se leen los comentarios de Twitter.
En esta oportunidad, Bay no defraudó: si bien en sus redes usó un elegante (y excéntrico a la vez) vestido de Balmain, durante toda la noche lució un Gucci apretadísimo, con corset nude y falda plateada, volados en cascada, tajo y guantes de largos negros. Con su melena ondeada suelta, tacos imposibles y ayuda de asistentes para bajar y subir del escenario, sigue reconfirmando su look “diva del black power” para entrar al olimpo como Diana Ross.
Otras dos que estuvieron presentes en los premios fueron Queen Latifah y Mary J. Blige. Generaciones anteriores que Beyonce, que se mostraron como las mujeronas que son: grandotas, con personalidad fuerte y con actitud “me llevo puesto a todos con mi talento”. En su presentación, Latifah fue una de las figuras principales en los 50 años del Hip Hop luciendo un conjunto deportivo negro con brillantes bordados. Ella tiene la capacidad de dominar el escenario con tu presencia arrasando con todos los raperos de 20 años. Ya quisieran ser ella...
Mary J. Blinge cantó “Good Morning Gorgeous” con un look al que no le faltó nada: escote, tajo, brillos, bucaneras, guantes largos, aros enormes y sombrero de ala ancha. ¿Querés más? En la red carpet lució un vestido plateado con cortes a los costados resultado su piel y caderas. El dato: su pelo largo y rubio a lo Susana Gimenez. La artificialidad en su máxima expresión.
Una de las más interesantes en la alfombra roja fue Lizzo. Con el naranja como protagonista, lució una capa enorme que tapaba completamente su cuerpo y solo dejaba a la vista su cara. Debajo usó un vestido largo con corset en el mismo tono, todo de Dolce & Gabanna.
Es divertido ver la oposición: tapar lo intapable. Cuando las mujeres gordas tienen una fiesta siempre la primera recomendación es “ponete un poncho”. Una blusa grande con un palazzo grande. Y la sugerencia no es por sustentabilidad, sino porque esos cuerpos DEBEN disimular lo que son. Lizzo, queriendo o no, juega con este imaginario tapando su cuerpo con la capa más teatral que existe (literalmente una carpa) para después deslumbrar con vestidos cortos, al cuerpo, plateados, con volumen en las mangas. La frase dice “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ella lo sabe y se ríe.
Missy Elliot está en sintonía con Lizzo por ser una mujer que pudo incorporar su gordura a su relato. Videos como The Rain (Supa Dupa Fly https://www.youtube.com/watch?v=hHcyJPTTn9w ) tienen a su cuerpo como elemento narrativo y los primeros años de su carrera los construyó en esa dirección. Siempre uso joyas enormes, uñas imposibles y maquillaje sobrecargado. Y cuando decidió bajar de peso, a pesar de ser tildada de "gorda traidora", supo ajustar su nueva imagen frente a los medios sin perder identidad. Tal es la coherencia que, a pesar de su radical cambio, en su performance de los Grammys 2023 salió con un pasamontaña. De nuevo: su provocación (o libertad) no está atado al tamaño de su cuerpo, sino a su gusto por las prendas llamativas.
Por su parte, Cardi B es un personaje sumamente marginal. Basta escucharla hablar en las entrevistas para dar cuenta del estigma de clase. Sin embargo, eso no es un tema a la hora de ser la mejor en las “red carpet”: este año se lució con un vestido fabuloso de Gaurav Gupta y un Paco Rabanne para presentar un premio. Cardi B es otro ejemplo de una artista divirtiéndose. Su sonrisa enorme con la boca bien abierta y llena de brillo labial son prueba de ello. Nada es mucho para ella y ella no es poca para el mucho. Lleva los vestidos con la misma seguridad que Angelina Jolie o Scarlett Johanson. Y sí, la comparación es a propósito.
Todas ellas para los estándares de “la moda” son ordinarias. Pardas, orilleras, vulgares. Son nuevas ricas que jamás van a estar al nivel de la plata que hacen. No son delicadas, mesuradas o femeninas. Lo más parecido en Argentina sería la vieja pelea de modelos vs. vedettes de los 90s. Aunque digamos todo: las estrellas pop de nuestro país copian esos looks, pero en cuerpos hegemónicos.
La pregunta es: ¿los redondos tenían razón? Se entiende que la letra fue pensada desde otro lado, pero las mujeres latinas crecimos con la asociación elegancia-sobriedad. El NO rotundo a la pretensión, a la ostentación. ¿Y si las mujeres afrodescendientes tienen un punto? ¿y si el artificio, lo vulgar, y lo exagerado son una posible vía de escape?
Es inevitable pensar que, cualquiera de las artistas mencionadas antes, aquí serían ridiculizadas con una crueldad absoluta. Estoy pensando en Beatriz Salomón, en Silvia Suller, en Vicky Xipolitakis, Karina Jelinek, incluso en Moria Casán con la polémica del verano en relación a su cuerpo en bikini. Vuelvo a la escena de Django: ¿está mal mostrar nuestra construcción? ¿Que se note que es forzado un look? ¿Acaso no tenemos derecho a ser grasas?
Creo que llegó la hora de repensar las reglas y permitirnos gozar con aquello que nos enciende y parece prohibido. Que nuestro orgullo esté vinculado a cómo nos sentimos, con los que nos divierte, a nuestras fantasías. Probablemente cuando nos hablemos con la verdad a nosotras mismas, podamos ser más amables con las otras.
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